¡SI LA FELIGRESÍA SUPIERA!

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Creado por: srodriguezsellas
Fecha: 08/18/2024 @ 10:32:08 pm
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Conferencia de la Vida Pastoral

SANTOS RODRÍGUEZ SELLAS

Hemos escuchado tantas veces expresiones como éstas: "si la congregación supiera cómo eres"; "si la gente se diera cuenta de la clase de persona que eres realmente". ¿Por qué le tenemos tanto miedo a la transparencia, a ser reales?

Vivimos muchas veces para agradar el ojo y el oído de la gente. ¡Qué la vida es una mentira programada y estudiada para aparentar lo que no se es!  Que para tener, lo que has logrado, se tuvo que mentir. Que nuestras planillas o la compra de la casa se tuvieron que alterar números para poder cualificar. En un mundo lleno de mentira, hay otros que viven con integridad. 

¡Qué fácil es juzgar a los pastores! ¿Por qué mejor no investigar? ¡Si muchos de la congregación y los de afuera supieran las implicaciones del ministerio pastoral! En muchas ocasiones la gente mira al predicador, la alegría y la fe que proyecta, la pasión por las vidas que atiende. Y eso es lo que se espera de un pastor; sin embargo, no es otra cosa que una vasija de barro donde se ha depositado la Gloria de Dios. Que tiembla al saber que algún día tiene que rendir cuentas ante el Eterno Dios por la gente que se les puso en las manos. Sabe que tiene la obligación de enseñar bien, de guiarle, de estar con ellos en medio de crisis matrimoniales, cuando ocurre un adulterio, o se lastima sexualmente a un niño o adolescente. Nosotros, los pastores, somos los acompañantes en el proceso.

En medio de enfermedades prologadas, donde muchos de los hermanos aparecen una vez, pero esperan que sea el pastor que los atienda.  Las demás personas alegan que tienen obligaciones y se excusan con la famosa frase “yo quisiera ayudar, pero no tengo tiempo disponible”.  Llegar en el momento preciso de escasez: cuando una familia está a punto de perder su casa, carece de alimentos; o enseres de un anciano están dañados. Las visitas hechas a los que se retienen en los hogares y a los que se enferman. ¡Si la feligresía supiera cómo ha sido un día normal en la vida de un pastor, no se le exigiría tanto!   

El pastor está presente cuando muere un familiar, y se hace disponible para acompañarlo a ver el cadáver en la morgue, apoyar con un abraso o ayudar en el proceso de los arreglos funerales. Si la feligresía supiera, el dolor que se siente mientras otros se derrumban en sufrimiento.  La muerte de personas que nos han tocado de cerca y hemos llorado como si fueran un familiar cercano. 

Las veces que se ha suspendido una actividad familiar por atender una emergencia de otro.  El tener $60 dólares en el bolsillo para hacer una pequeña compra de alimentos y llega alguien en necesidad y le damos lo que tenemos. ¡Y luego, otro nos llama irresponsable por no haber ayudado con más! Cuando alguien te llama a medianoche porque no puede dormir y necesita una oración y te pregunta que usted está haciendo.

Si la feligresía supiera, las horas invertidas en el análisis de los versos de Las Escrituras para entregar el mejor producto en los estudios bíblicos o en el sermón del domingo. Y encontrar personas que dicen: “prejuiciado”, que lo predicamos por ellos, o lo que predicamos es una herejía. Si la feligresía supiera el dolor que nos causa en lo profundo del corazón, cuando personas que amamos, se van disgustados y quejándose de la iglesia. Sin agradecer tan siquiera que junto a nosotros conocieron de Dios y alcanzaron su favor. 

En ocasiones, las pérdidas las vemos y sufrimos como si fuera una derrota personal. Se juzga mal a todos los pastores sacrificados por los abusos de unos pocos. Si la feligresía supiera cuánta presión se tiene que soportar y aun así mantener el silencio, sin podernos defender ante los exabruptos de los carnales. Y mantener nuestros hijos al margen para que no sean contaminados por las críticas de los pocos ignorantes. 

El servir a Dios es un privilegio y las motivaciones que nos sostienen es ser hallado digno en el tiempo que se nos pida cuentas.  La casa del pastor es vitrina constante, que se recibe a los que llegan, con un café recién hecho y algo más, e invertimos tiempo para escuchar a tantos, sea en nuestra casa o en la oficina. 

Cuánta información de personas que tuvieron a bien confiar su vivencia personal y nosotros la guardamos en el corazón como secreto de confesión, pero el saberlas, nos roba el sueño y nos crea una compasión inmensa por la tragedia que la persona ha sufrido. Cuántas noches en vela orando o pidiendo soluciones a problemas o crisis que no son fáciles y no importa cómo resolvamos siempre encontraremos críticas que se pudo haber hecho diferente.

Si la feligresía supiera el daño que hacen al prejuzgar nuestro comportamiento, sin tener todos los elementos de juicio; y nosotros no podemos ventilar nada para justificar las razones porque lastimaríamos a terceros.  Son tanto los detalles que nuestro corazón parece en ocasiones una olla de presión. 

Si la feligresía supiera que atendemos como cinco veces más personas de las que se congregan, que son familiares, amigos, jefes o vecinos. Vamos a hospitales, centros de cuido de anciano, a llevar a citas médicas a personas que no tienen a nadie. Que en ocasiones escuchamos por más de una hora la catarsis de alguien.  Que hacemos función de trabajador social, consejero, facilitador de servicio, administrador…Que en ocasiones tenemos que decidir si pagamos el seguro de la iglesia o nuestro plan médico; y optamos por el seguro.  Si la feligresía supiera, la presión que conlleva el tomar decisiones que van a ser jugadas por otros. 

Te preguntarás: ¿si es tan difícil, por qué estamos en el ministerio? La respuesta es complicada y sencilla al mismo tiempo. Nos mueve una vocación, un llamado. La alegría de ver personas que restauran sus vidas y relaciones familiares. Nos llena de alegría las bodas y nacimientos de los hijos espirituales. Nos conforta la certeza de que hacemos lo correcto. De ver aquellos que son agradecidos y nos demuestran su amor. Jamás renegaré del privilegio de haber servido tantos años, tampoco de los amigos y compañeros de la milicia. Por el privilegio de conocer y visitar tantas casas en otros países y tener las amistades de tantos. De ver la provisión de Dios en medio de la crisis económica, que en el momento justo llegan de la forma más increíble. 

Gracias por mi esposa que ha sabido recibir los golpes y permanecer firme. Porque ella es ingeniero, costurera, maestra, ama de casa, madre, que ha sabido mantener el timón del hogar hacia puerto seguro.  Doy gracias por los hijos que nacieron dentro del contexto de una familia pastoral, que no lo eligieron, pero se crecieron como gigantes; a pesar de las limitaciones económicas y otras crisis.  Momentos buenos y malos, pero de cada uno de ellos se aprendieron lecciones del cuidado de Dios sobre nosotros.  No tengo duda de lo hermoso del pastorado, a pesar de los vientos contrarios. No siempre lo entendemos todo, pero lo disfrutamos. La vida es como un prisma: cada lado ofrece una visión única, y solo al mirar desde todos los ángulos podemos apreciar su verdadera belleza.”

 

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