IntroducciónNo todas las esposas de pastores poseen el mismo perfil ni todas consideran su ministerio de la misma forma, pero sí todas tienen en común que viven un romance intenso con el ministerio. No hay duda de que forman parte de un ejército de siervas fieles que acompañan a sus esposos pastores en una de las empresas más desafiantes que se conocen, ya sea en el ámbito cristiano o secular. El objetivo de este escrito no se trata de teorías y conceptos abstractos ni de presentar a la esposa de pastor como una ideal y perfecta sino de diferentes testimonios reales que evidencian su sentir y posición en el ministerio pastoral. Existe una amplia variedad de literatura que sirve de herramienta de inspiración y aliento que trata sobre sus victorias, fracasos y vivencias que convencen a la esposa del pastor a pensar: ¡“Yo no soy la única!” Diferentes Roles de la Esposa del PastorEjerce diferentes roles: el de ser mujer, esposa, madre y compañera en el ministerio. Al casarse con su príncipe anhelado sueña ser como Débora, que no siente temor de ir al frente del ejército en el campo de batalla; como Ester, dispuesta a salvar a su pueblo aunque perezca; o como María, “he aquí la sierva del Señor, hágase en mí conforme a su voluntad”. Se ve en el Monte de la Transfiguración; pero no es en el monte donde se da el servicio sino en el valle donde hay que ejercer la misión para cumplir la voluntad de Dios, aunque ésta no siempre aparezca tan clara ante sus ojos. Mujer. La mayor contribución que puede hacer la esposa del pastor es ser ella misma, cultivando sus propios intereses, aunque su identidad esté rigurosamente determinada por los límites que se le imponen desde el exterior. Es la primera en ser ejemplar, y por ello será observada, admirada, criticada y apreciada. Al igual que su esposo, tiene una imagen pública, lo cual no es muy halagador, pero sabe que no puede evitar reflejar su imagen y tiene que aprender a vivir con ella. La esposa del pastor tiene poca vida privada, es conocida por todos, pero probablemente no conocida por nadie; es amiga de todos, pero no puede ser amiga de nadie. Su soledad le causa mucho dolor y confusión y necesita encontrar a una amiga especial. Ésta debe tener unas características especiales para que aporte significativamente a esta relación, con intereses comunes y siendo ambas fieles. Deben separar tiempo para hablar o reunirse para orar una por la otra; aunque no sea siempre presencial y puedan hacerlo a través de otros medios interactivos. ¿En quién otros puede confiar? Primeramente en Dios, a quien puede acercarse confiadamente para alcanzar misericordia y gracia para el oportuno socorro (Heb. 4:16); en su esposo, como compañero de su vida, amigo y confidente; y en otras personas especiales, familiares y no familiares, quienes le ofrecen su amor, amistad y aceptación. Esposa. Ser esposa de un pastor demanda compartir su ministerio y sentirse realizada plenamente con la vocación de su esposo. No quiere decir esto que deba renunciar a su propia vocación, la cual su marido debe respetar, sino que se goce y se sienta orgullosa de que su amado es un ministro del evangelio. Entender que no es una posición de privilegio sino de un servicio que demanda humildad, sabiduría y amor. Como dice 1 Cor 13, es un amor divino que es sufrido, benigno; que no tiene envidia ni se envanece; que no se irrita ni guarda rencor; amor capaz de sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo y soportarlo todo. Entender que juega un papel de incalculable valor en la vida de un siervo de Dios; que está para apoyar, orar, compartir opiniones, pero nunca asumir el lugar que le corresponde a su esposo pastor. Madre. Su mayor y más importante labor es cumplir su deber como madre; atender y educar a sus hijos en el temor del Señor para hacer de ellos hombres y mujeres útiles a la sociedad y a la iglesia. Dios lo especifica en Prov. 22:6 que le ha dado padres a los hijos para que les quieran y les eduquen en su camino y cuando fueren viejos no se apartarán de Él. El dedicar más tiempo a otras actividades de la iglesia hace que los hijos del pastor carezcan del cuidado y la atención que necesitan; y esto es un mal ejemplo, tanto para su familia como para su iglesia. Entonces se cumpliría lo que dijo un pastor de su esposa: “Si mi mujer se muriera, ustedes la echarían de menos, pero en mi casa nadie lo notaría.” Como esposa de pastor, le debe enseñar a sus hijos a ser colaboradores en el ministerio con la ayuda de la oración intercesora por cada uno de ellos, invirtiendo tiempo de calidad para escucharlos y amarlos. Nunca debe quejarse frente a ellos sobre el trabajo ministerial y sí darle énfasis a lo positivo; y por último, reflejar en la vida diaria sus creencias de acuerdo a lo que la Biblia enseña. Compañera en el ministerio. Como se mencionó anteriormente, las esposas de pastores no son todas iguales y no funcionan de la misma forma, aunque algunas pueden parecerse o no parecerse en nada. Su llamado puede diferenciarse en que algunas sienten ser ya comisionadas; otras son sorprendidas en la posición cuando su esposo sintió el llamado; y otras sienten que tienen un ministerio para su vida, aparte del de acompañar a su esposo. Pueden haberse dado diferentes reacciones comunes en estos casos, como por ejemplo: la del rechazo o el de sentirse incapacitadas para hacer el trabajo. Por el contrario, pueden sentirse seguras por el llamado del Señor al ministerio, al mismo tiempo que les mostraba el compañero para su vida, o sentirse convencida de que los llamó a cada uno en diferentes tiempos. Sea cual fuere la forma en que el Señor las llamó para compartir el ministerio pastoral, hay algo que es común a todas, y es que siempre hay un llamado personal y concreto. Las ha llamado por su nombre en forma personal e independientemente del llamado de su esposo. Si no fuera así, sería muy difícil que pudiera cumplir fielmente con su ministerio y sentirse feliz con lo que hace. Este llamado implica tener una mente abierta para estar dispuesta a marchar por caminos no imaginables en un viaje de fe hacia el servicio; como el Señor le dijo a Pablo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:6). Es de conocimiento propio que el modelo que la mayoría de las iglesias tienen sobre la esposa del pastor para ser bien apreciada es que sea callada, superdotada y que posea un carácter a prueba de todo contratiempo. Aunque ese sea el modelo esperado, lo importante es internalizar que debe servir al Señor al lado de su esposo sin la frustración de lo que no sabe hacer y trabajar con gozo en lo que sí sabe. Debe procurar aprender todo lo más que pueda con lo que no sabe hacer para desempeñarse con más eficacia en la obra del Señor. Estar convencida de que Dios la llamó para ser esposa de pastor, que aunque no es perfecta, sabe que Dios obrará en su imperfección. RecomendacionesPara cumplir con las expectativas de la sociedad en que se vive y demostrar quiénes son realmente las mujeres que desempeñan el rol de ser esposas de pastores, se les recomienda que cumplan con las siguientes aseveraciones que responden a una identidad enraizada en Dios para asumir su misión sin temor al fracaso:
ReflexiónA través de la literatura consultada tuve la oportunidad de explorar y reflexionar sobre variadas historias de esposas de pastores de países hispanos que comparten diferentes roles que les ha tocado desempeñar como mujer, esposa, madre y compañera en el ministerio. Sus experiencias sirven de herramientas de inspiración y aliento para todas las mujeres, que como yo, ejercen esta misión; y con las cuales puedan o no identificarse en el modelaje de las posiciones y retos que se adquieren con este romance ministerial. Una de esas mujeres presentó la disyuntiva de cuál debe ocupar el primer lugar, si la iglesia o la familia. Ella considera que la esposa del pastor es un miembro más de la iglesia y como a tal se le debe considerar; no esperando que esté dedicada plenamente a la iglesia, cosa que ya hace el esposo. Por consiguiente, ella puede ayudar como otro miembro activo, dentro de sus posibilidades, sin descuidar a su familia. Estipula que sus prioridades deben estar en el siguiente orden: (1) el Señor, pues su amor primordial debe ir por encima del de su esposo (2) su familia inmediata, esposo e hijos, a los cuales debe cuidar con esmero y presteza (3) su iglesia para hacer todo lo que esté a su alcance, sin descuidar sus prioridades mencionadas anteriormente. No es correcto el que la esposa sea totalmente sumisa, como lo narró otra de las mujeres, que no discutía con su esposo porque creía que el hacerlo la catalogaba como una mala esposa; aunque deseaba aclarar varios puntos que la lastimaban mucho. No fue hasta que un día comenzó a exigir oportunidades y a esperar respuestas que se pudo comunicar abiertamente con su esposo; crisis que dio oportunidad a que ambos aprendieran a detectar errores y a corregirlos a tiempo. Una de las cosas que le dio muy buenos resultados fue el aprender a decir “nosotros” como base de comunión en sus conversaciones diarias y no meramente decir tú o yo, refiriéndose uno al otro. De esa forma reconocieron que estaban comunicando mejor información, sentimientos, gustos, pareceres, convicciones y todo aquello que les hace ser seres únicos. Estoy de acuerdo con otra de las mujeres que compartió un principio aprendido en su Seminario: “Mejor es enseñar a diez, que hacer el trabajo de diez”. Esto explica que si hay algo que solamente la esposa del pastor puede hacer, es bueno que enseñe a alguien más a que lo haga para tener colaboración y cuando ella no esté alguien pueda sustituirla. De esta forma podrá dedicarse a otras cosas que requieran la atención inmediata en los asuntos de su esposo, el pastor. Además, es necesario que se adiestre a otros para seguir pasando el batón, pues nadie es insustituible en ningún sitio. Ni tan siquiera en el hogar, como esposa y madre, ya que luego que se pasa a morar con el Señor, probablemente aparecerá alguna sustituta que ocupará su lugar. No estoy de acuerdo con otra que relató sus experiencias en el noviazgo, que para agradarle tuvo que dejar muchas cosas y acceder a todo lo que él le exigía vestir o usar. Con ello entendió que ella no era la única que podía opinar sobre sus gustos sino que dependía totalmente de él. Ella era de Uruguay y él quería que se pareciera a las mujeres de Paraguay, su país. Considero que debía respetar su individualidad y su forma de vestir, según sus costumbres y no tratar de que se viera como una de su país, pues para eso debería haberse casado con una de ellas. Lo importante es que fuera honesta en su vestimenta, pero no a que desistiera a ser ella misma dejando a un lado sus modas y las costumbres de su país. Aplicación PersonalA través de todas esas experiencias pude identificarme mayormente con el perfil de cada una de esas esposas de pastores en sus roles de mujer, esposa, madre y compañera en el ministerio. Personalmente, me identifiqué más con el rol de compañera en el ministerio porque fue la parte más difícil con la que me tuve que enfrentar. Esto fue así porque el pastorado me vino como en paracaídas; en que cierto día me desperté y me encontré que sería esposa de pastor, como lo había sido mi madre, luego de haber tenido mis tres hijos varones. Puedo hoy dar fe que fue en cumplimiento de una profesía recibida en nuestra relación de noviazgo, cuando una evangelista nos llamó y nos profetizó que tendríamos un ministerio juntos para ayudar a salvar a muchas almas. No obstante, por las experiencias vividas y algunas no muy satisfactorias de ser hija de pastor, siempre había expresado que nunca me casaría con uno y así Dios me lo concedió; pero no sabía que luego de casada lo sería. Al principio mi actitud fue de rechazo, no quería repetir la historia de mi madre, ni que mis hijos vivieran lo que yo viví, en un ambiente sumamente rígido, que no nos permitía vivir tranquilamente como los demás, por la presión que teníamos el ser esposa o hijos del pastor. Por otro lado, tengo que admitir que ser hija de pastor me ha ayudado a aplicar esas experiencias, positivas o negativas, para entender mejor la dinámica del pastorado. ¡Doy gracias a Dios por haber vivido ambos roles, hija y esposa de pastor! Al pasar los años me acostumbré, aunque no fue fácil, y me integré al llamado, a la misión y al ministerio cumpliendo con todas las responsabilidades del servicio. Una de las cosas que más difícil se me hizo fue el que me llamaran con el tiempo “pastora”, ya que en el movimiento al que pertenecíamos no se acostumbra a llamarnos así; somos simplemente la esposa del pastor. Comprendo que Dios siempre tiene todo bajo control, pues cuando ocurrió esto, ya estaba más activa en el ministerio, pues mis hijos no dependían tanto de mí para guiarlos en sus estudios y podía colaborar más en el ministerio. Contribuyó también la Red de Pastores con otros modelos más liberales donde se le reconoce a la mujer como la compañera que está compartiendo el ministerio. A través de las relaciones de pacto con otras familias pastorales he comprendido que aun los momentos amargos han aportado valiosas enseñanzas y a apreciar los otros dulces con alegría y satisfacción. Así he aprendido a desenvolverme, ya sea como la esposa del pastor o la “pastora”, y mejor aun, como la madre de los hijos del pastor. Lo que sí entiendo es que como quiera que me llamen, lo que importa es que yo pueda servir con una actitud de entrega incondicional a Aquél que me llamó para aplicar la fórmula DOY, como señaló una de las mujeres en su testimonio: “Darle el lugar primero a Dios, después a Otros y en tercer lugar Yo”. Así cumplimos con la ley del servicio incondicional demostrando poseer el perfil que Dios nos ha diseñado mediante su nuevo ADN espiritual. De esa forma viviremos en una comunidad bíblica, la cual resulta esencial para la vida cristiana y constituye un aspecto vital de la iglesia. Mientras pasamos a formar parte de esta nueva familia bajo el liderazgo de Dios, no solo cumplimos su plan para nuestras vidas, las vidas de otros y el mundo sino también fortalecemos nuestra creencia en Dios y su iglesia” (R. Frazee, 2015). REFERENCIAS
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